Amigos, lo que a continuación os voy a contar os resultará difícil de creer, pero sucedió tal y como lo relato.
Noche del jueves 18 de marzo, llega Helen a casa y me pregunta: "te has comido todas las lentejas o quedan las justas para que pueda cenar?"
- Si les echas un poco de arroz te queda una buena ración; contesté yo.
Total, que salí de casa para ver el partido de fútbol (uno cualquiera) con Juanma -cañas mediante- y, concluido el partido, para disfrutar con alguna banda tocando en directo en el Honky. Que si jajá, que si jijí, que si blanco que si negro... volví a casa a eso de las tres.
Al volver, y aquí revelaré algunas de mis costumbres, cumplí con mi procedimiento habitual: me duché para quitarme el pestazo a garito cerrado, nicotina y el olor a fritanga de panceta del bar de las cañas, me puse un pijama limpio, puse un DVD de Fraiser en la tele y comencé a preparar mi "cenayuno". Esa cena tardía o desayuno tempranero con el que suelo aplacar mi estómago antes de entregarme y recrearme con mis dulces (discutible) sueños.
Andaba yo friendo huevos y patatas cuando me dio por levantar la tapa de la cacerola donde alguna vez hubo lentejas y...
¿¿¿¿qué me encuentro????
Los trozos de chorizo de Cantimpalo y la morcilla de Burgos, intactos, solos y abandonados. Ya os lo dije, os avisé... sé que resulta difícil de creer, pero sí, Helen cenó las lentejas dejándose el chorizo y la morcilla.
Claro, que yo encantado de la vida, nada mejor para acompañar a esos huevos con patatas.
Estoy o no estoy de suerte, amigos?