Dibujo de Fiona Martínez (nov 09)

domingo, 20 de abril de 2014

tres, treinta y tres, trescientos treinta y tres

Ataviada con su camiseta de rayas horizontales y los pantalones que alguna vez fueron verdes, se preparó la infusión en su taza favorita, la que le regalara aquella persona de quien guardaba tan gratos e inolvidables recuerdos. Se puso la música de siempre y leyó algunos versos del autor que la transportaba a otra realidad

Lograda la atmósfera que necesitaba para crear cogió uno de los lápices, cerró los ojos y se concentró, buscando esa oscuridad interior que tantas veces le ayudaba a romper el lienzo en blanco.


Con los ojos aún cerrados, según apoyó la mina sobre la tela, supo que había algo diferente. Las sensaciones que recibía eran nuevas, nada que ver con lo que había percibido en otras ocasiones. La mano, cobrando vida propia, dejó de obedecer a la mente y trazó líneas que la artista no entendía. 

El gesto, contrito y concentrado, reflejaba su estado de ánimo y las gotas de sudor que resbalaban por su cara se estrellaban en el suelo. Deseaba abrir los ojos y observar que estaba dibujando, pero se resistía, prefería seguir a ciegas y que su mano siguiera creando bajo esa extraña inercia. 

Minutos después se detuvo. Repentinamente. Del cien al cero, sin velocidades intermedias. Y ella supo que había llegado el momento de comprobar el resultado del viaje. 

Se tomó unos segundos para respirar profundo y serenarse y cuando al fin abrió los ojos su primera impresión fue la de encontrarse ante algo que le resultaba familiar. El dibujo mostraba una extraña e irregular figura. No supo reconocerlo. No supo que representaba o qué podría significar aquel contorno, a pesar de que lo observó y estudió desde diferentes ángulos y distancias, desde diferentes perspectivas.

Cansada y un tanto inquieta salió a la calle para despejarse. Llovía. Caminó con paso lento y sin cubrirse, permitiendo que la lluvia empapara su cabello y calara sus ropas, que el frío la reactivara.

De nuevo en casa, tras una ducha caliente, recibió una llamada. Miró el teléfono antes de contestar. Una llamada internacional desde un número desconocido. Dudó. Descolgó y al escuchar como la saludaban por su nombre volvió ante su cuadro y -con cierto estupor- continuó la conversación.

Minutos más tarde, mientras le contaba por teléfono a su mejor amiga que la acababan de contratar para un proyecto en Argentina, cogió una chincheta azul. Recorrió su dibujo con la vista una vez más y cuando encontró las coordenadas que buscaba clavó la chincheta en el lienzo, situando a Buenos Aires en ese mapa que horas antes había realizado.

(NOTA: foto de Eva Raboso)