Dibujo de Fiona Martínez (nov 09)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

martes, 9:04 h (por ejemplo)



Se despertó entrada la mañana, con la habitación iluminada por el sol tibio invernal. Se estiró, bostezó emitiendo un sonoro "ahhhoá" y se rascó virulentamente su enmarañado cabello. Volvió a estirarse, esta vez con ganas, comprobando hasta que punto podían dar de sí sus músculos. Miró hacia la ventana y una vez más pensó "de hoy no pasa que llame al persianista, cada mañana lo mismo".

Un minuto después se incorporó, se sentó sobre la cama, aún adormecido y tras unos segundos buscó las zapatillas a ciegas, tanteando el suelo con sus pies. Cuando por fin se calzó, se levantó, se rascó el trasero y se dirigió a la ventana, para correr las cortinas, abrir las hojas y dejar que el aire helado y cortante invadiera y purificara la habitación. Se asomó a esa ventana y durante unos instantes contempló el parque que tenía frente a su piso, al otro lado de la calle, una bonita paleta de ocres, rojizos y verdes otoñales.

Una vez en la cocina comenzó su santa rutina: poner una cafetera, un par de rebanadas de pan en el tostador, cortar un tomate en rodajas para las tostadas y pelar alguna pieza de fruta. Hecho esto se encaminó hacia la puerta del apartamento y recogió del felpudo el diario que cada mañana le dejaban al cual llevaba suscrito algunos años.

Leyó las noticias deportivas mientras desayunaba y se terminaba su primer café. De vez en cuando se sonreía para sus adentros, gesticulaba, chistaba o dejaba escapar algún "...pero que cabrón". Se preparó una segunda taza y tras el primer sorbo pasó a las noticias locales. Un rato después, con el segundo café terminado cerró el periódico, dejándolo sobre la mesa de la cocina. Recogió los utensilios del desayuno y los depositó dentro del fregadero.

Entró en su habitación, glaciar, tan purificada como las ancianas de comunión diaria y una vez más se asomó a la ventana, miró de nuevo a los árboles, respiró hondo un par de veces y la cerró. Se descalzó y se metió en la cama. Agarró las ropas y se tapo hasta el cuello, sientiendo el confort y el placer inmediato de una cama fresca. Cerró los ojos y lo último que pensó fue "en cuanto me levante llamo al persianista".

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