Dibujo de Fiona Martínez (nov 09)

jueves, 1 de agosto de 2013

La vida en bucle


Suso entró por la puerta deshaciéndose el nudo de la corbata, dejó caer al suelo la bolsa del ordenador y arrojó sobre la butaca de la entrada la chaqueta que llevaba sobre su brazo. 

Lucía, que en ese preciso momento terminaba de poner la mesa, se giró para recibirle con su mejor sonrisa, de labios grandes y frescos.

Y así, lo que a priori era un saludo rutinario terminó siendo un polvo en condiciones. Comenzaron en la cocina, donde se devoraron a besos, continuaron por el pasillo que llevaba al dormitorio, donde ya solo vestían en paños menores y terminaron en la cama, donde practicaron dos o tres posturas antes de tocar el cielo.

Con la modorra del coito Lucía contaba lo pesado que había sido su día, de incesantes llamadas y correos, mientras sus dedos acariciaban el pecho del hombre. Suso, que disfrutaba escuchando la voz jovial y alegre de Lucía tanto como sus caricias melosas, reía y besaba a su hembra.

Se vistieron con cualquier cosa para sentarse a la mesa, comer con hambre y beberse un par de copas de vino. Terminado el postre Lucía asió la botella y las copas, encendieron el televisor y se tumbaron en el sofá, conformando un ovillo humano de brazos y piernas entrelazados que mutuamente acariciaban. Al final vieron algo más de lo que pensaban y dormitaron un poco menos. 

En la ducha se frotaron los cuerpos, en un ritual íntimo y tontorrón donde ambos eran niños pequeños a quienes había que explicarles con una ternura empalagosa que parte del cuerpo se les lavaba en ese preciso momento y cuál vendría a continuación.

Lucía canturreaba alguna melodía lenta y romántica mientras se vestía en el dormitorio y Suso contemplaba ensimismado los elegantes movimientos de sus manos, grandes, pobladas por dedos largos y finos. El azar quiso que en el instante en el que Lucía se mordía una uña que acababa de rompérsele mirase a Suso de esa manera que a él tanto le turbaba. Suso dejó de vestirse y muy lentamente se aproximó a Lucía. Olió su cuello, recorrió con los labios sus hombros aún desnudos, apenas rozando la piel de Lucía, mordió con delicadeza uno de sus lóbulos y le susurró cuanto la deseaba. Los dedos de Suso, enredados en los cabellos de Lucía, alcanzaron su nuca para abarcarla con la mano abierta y hacer que las bocas se juntasen y que las lenguas se buscaran. Con la mano libre Suso rodeó la cintura de Lucía y la apretó contra su erección. Los jadeos y los suspiros presagiaron que no llegarían al cine para la sesión de media tarde.

En un bar de aspecto correcto y cocina talentosa compartieron unas raciones y unas cervezas y con la confortable sensación de un estómago complacido entraron en el cine.


Lucía se agarró al brazo de Suso que le quedaba más próximo y recostó la cabeza sobre su hombro. Suso, feliz, dichoso y relajado, acariciaba con delicadeza el rostro de Lucía y así ambos se entregaron a disfrutar de una película cuyo fin no debería llegar nunca.

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