Dibujo de Fiona Martínez (nov 09)

viernes, 6 de julio de 2012

Placeres mundanos

Marta se despertó con el trinar de los pájaros más madrugadores. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para las seis de la mañana. En breve amanecería y el campo se teñiría de color, tras los grises de la noche. Pensó en el día que le esperaba y en aquello de debería hacer en cada momento, mientras debatía si quedarse en la cama un rato más o levantarse antes de lo habitual. Optó por esta última opción. La idea de ver amanecer, tomando un café recién hecho era tentadora.
Se puso una vieja y gruesa chaqueta de lana sobre el camisón y salió del dormitorio. Una vez en la cocina abrió la ventana para que el aire de la mañana, impregnado de rocío, refrescase la casa. Puso la cafetera sobre el fuego, un par de rebanadas de pan en el tostador y volvió a la ventana, para contemplar como el azul del cielo poco a poco cobraba fuerza y los contornos de los árboles se perfilaban con mayor nitidez.
Hacía mucho tiempo que no madrugaba tanto, que no disfrutaba del espectáculo de ver un amanecer a cámara lenta. 
El burbujeo de la cafetera y el olor del pan tostado y del café recién hecho le hicieron regresar y notar que estaba hambrienta. Recordó que la noche anterior no había cenado. No pudo; aunque no era algo nuevo ni extraño. Le sucedía cada vez que le encargaban un nuevo trabajo. La noche previa al inicio del proceso le vencían los nervios, se le encogía el estómago y era incapaz de ingerir cualquier alimento. Después, una vez en la cama, dormía poco y mal.
Marta se sentó en la mesa de la cocina, untó mantequilla y la mermelada de naranja que ella misma preparaba en sus tostadas y las devoró con verdadero placer. 
Sin levantarse de la silla se giró y de un cajón del aparador que estaba a su espalda, extrajo un cuaderno y su vieja estilográfica. Encendió el equipo de música, que reposaba en el mismo aparador y escogió un disco de jazz, con temas lentos y melosos para que sonasen de fondo y le hiciesen compañía.
Con sus útiles ya preparados se sirvió un segundo café y tras dar un par de sorbos comenzó a trazar y diseñar las primeras líneas del boceto de la escenografía que su mecenas le había encargado.



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